
ROBERTO DIAZ
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El Tribunal Constitucional de la República Dominicana ha sacudido el panorama político al aprobar recientemente la presentación de candidaturas independientes en los niveles presidencial, congresional y municipal. Como era de esperarse, la decisión ha provocado un avispero entre los principales partidos, que han salido en masa a descalificarla con distintos argumentos.
Uno de los principales temores que esgrimen es que esto abriría la puerta a candidatos vinculados al narcotráfico y otros sectores de dudosa reputación. Sin embargo, ¿acaso no hemos visto figuras envueltas en escándalos dentro de los partidos tradicionales? A pesar de los supuestos filtros que dicen aplicar, los ejemplos sobran.
Otro argumento recurrente es que se corre el riesgo de elegir personas sin la preparación académica o la experiencia necesaria para ocupar cargos de importancia nacional. Pero seamos realistas: ¿cuántos políticos electos hemos tenido que apenas saben escribir su nombre? ¿Cuántos nunca hablan, solo levantan la mano para votar, y cuya hoja de vida brilla más por el tráfico de influencias que por sus méritos?
Los partidos también alegan que, sin el trabajo partidario y la formación política adecuada, un candidato independiente carecería de las herramientas para gobernar. Sin embargo, en cada proceso electoral vemos cómo esos mismos partidos imponen a dedo candidatos sin preparación, dejando fuera a dirigentes con años de trabajo. Esas lluvias trajeron estos lodos.
Llama la atención la rapidez con la que los partidos mayoritarios se unieron en una sola voz para tratar de desmontar la decisión del Tribunal Constitucional. Ojalá mostraran el mismo nivel de urgencia y unidad para enfrentar los problemas estructurales del país, que persisten a pesar de 30 años de crecimiento económico.
Más allá de los temores y resistencias, lo importante ahora es que el Congreso y la Junta Central Electoral establezcan los mecanismos de control adecuados. El objetivo debe ser garantizar un marco legal justo y funcional tanto para los partidos como para los candidatos independientes. Que haya reglas claras y que, al final, ganen los mejores.
Pero no olvidemos que, más allá de los partidos y las instituciones, la responsabilidad de elegir está en nuestras manos. Como ciudadanos, nos toca informarnos, cuestionar y exigir transparencia. No podemos seguir votando por costumbre, por clientelismo o por miedo al cambio. Es momento de demostrar que la democracia no se trata solo de votar, sino de saber elegir.
*El autor es graduado en Administración y Psicología, tiene un diplomado en relaciones internacionales y es catedrático universitario.